Por Eduardo Castilla / 28 de octubre de 2023.
Crisis de representación y fragmentación en la política burguesa. Juntos por el Cambio en estado de disolución. Milei, locura y neoliberalismo feroz. Massa, el peronismo del ajuste y la resignación.
Allá por 2016, entrevistado por Fernando Rosso, Carlos Pagni describía a Cambiemos como un “experimento, un artefacto hecho de una manera muy poco convencional para lo que son las pautas de la política argentina (…) Uno no sabe muy bien cómo va a terminar”.
En furiosa desbandada, el final de ese experimento transcurre ante nuestros ojos. Juntos por el Cambio agotó su función política-social original : evitar una (más que) improbable “chavización del país”. Nacido como representación política del amplio antikirchnerismo, condensó a diversos niveles los intereses de la clase dominante y el profundo malestar político-ideológico de amplias capas medias.
En el terreno nacional fue factor actuante para delinear los contornos de la actual situación. Si se mira más allá de la coyuntura, desde 2016 trabajó corriendo el escenario político a derecha, obligando a sus rivales polares a danzar los mismos ritmos. Unión Ciudadana primero, y el Frente de Todos más tarde, fueron la respuesta política a esa dinámica. Sergio Massa fue protagonista activo en ese proceso de derechización. Primero como aliado esencial del ajuste macrista desde el Congreso. Luego como ala moderada de la coalición frentetodista.
Apuesta estratégica de un sector de la clase dominante, en ese caminar, la gestión estatal encabezada por Macri se encargó de estrellar el país. Agotada su función política específica, responsable de un desastre económico y social, la coalición se sostenía -desde hacía tiempo- por la fuerza inercial de las alianzas electorales. Juntos por el Cargo era más que insulto rabioso: fungía como descripción sociológica.
Su futuro no está escrito todavía. El incendio tiene lugar por estas horas. Aún resulta difícil saber que emergerá de las cenizas.
Locura y “capitulación” ante la casta
Milei emergió como expresión formal de repudio a la casta política. Como mera apariencia de una esencia que conducía el resentimiento social a rendirse ante sus máximos responsables: los dueños del poder económico.
Construido con abundantes recursos y minuciosa sistematicidad, “El Loco” nació para defender los intereses de Eduardo Eurnekián. Como documenta el periodista Juan Luis González, su función esencial residía en bombardear a Marcos Peña para bombardear a Mauricio Macri. La historia política lo deposita ahora, a los pies del hombre al que, en gran medida, debe su razón de existir como personaje público.
Hacía tiempo que Milei había “capitulado” ante la casta. Su alianza con Luis Barrionuevo y sus reuniones con Gerardo Martínez ilustraban el deseo intenso de negociar con el poder sindical más corrupto y traidor. Sus listas habían contado el insalvable apoyo de parte del peronismo, el mismo que le “cuidó las boletas” en las PASO.
Por estas horas, asistimos a una descarnada operación destinada a “bajar” a Milei. Cada hora televisiva y cada segundo de redes contiene una piedra de ese enorme operativo de desgaste, que convirtió en aliados de hecho a la gran corporación mediática de derecha y al peronismo oficialista. Las razones de fondo las brinda el poder capitalista: un país administrado por “El Loco” es profundamente inestable.
Ese fantasma fue también el que apareció ante los ojos de millones al momento de votar. Como escribimos la noche del mismo domingo: “En este resultado electoral converge, además, el temor a un mayor caos económico, algo que representa el mismo Milei con su programa económico. Lo cual quedó en evidencia cuando el candidato libertariano celebró la dramática devaluación del peso como camino a una eventual dolarización (…) Ese tipo de declaraciones -que desnudan el carácter salvaje de su plan económico- deben haber constituido un potente disuasivo para una porción de votantes”.
El peronismo del ajuste y la resignación ofició de escudo frente a la locura descarriada de un programa neoliberal que proponía y propone reventar el país.
Peronismo reloaded
El resultado electoral sirvió, nuevamente, para ilustrar las ambivalencias de un progresismo en declinación. Aquel que tras las PASO demonizó al votante de Milei al punto de considerarlo “psiquiátrico”, equiparándolo al candidato de La Libertad Avanza. Ahora, luego de la elección general, defiende con fiereza el “resultado de las urnas”. Del otro lado, lógicamente, aparece una furia derechista que condena a los votantes de Sergio Massa que, en este caso, “tampoco entienden”. El desprecio hacia la conciencia de las masas populares recorre diversos andariveles. Muchas veces, no distingue colores políticos.
Trabajando una intensa campaña del miedo, el peronismo del ajuste y la resignación se presentó como freno electoral a la derecha enloquecida. Para millones, el apoyo al candidato de Unión por la Patria apareció como forma posible de “evitar el caos”. Ese voto expresó, aún con sus múltiples contradicciones, el rechazo masivo a ser rebanados por la motosierra neoliberal que agitó Milei a lo largo de muchos meses.
Lo que la oposición de derecha llamó, con notable desprecio, “plan platita”, ofició de confirmación: el peronismo no podía recuperar terreno si continuaba el ajuste permanente a las órdenes del FMI, que simbolizó la devaluación del 14 de agosto. En ese enorme gasto estatal se condensó, en última instancia, la aspiración de millones a una vida menos aplastada por los condicionamientos de la crisis y la inflación; menos dañada por el caótico devenir de la economía cotidiana.
Sin embargo, ese deseo social de una vida mejor se enfrenta a la labor esencial que deberá ejecutar el eventual gobierno de Massa. Las limitadas ilusiones en este peronismo colisionarán con las restricciones que impone la agenda fondomonetarista. Agenda que, aun con tensiones, aceptará Unión por la Patria. Se adivina entonces un futuro de conflictos y choques sociales.
El peronismo del ajuste y la resignación será, también, el peronismo del orden. Los actores de esa labor se prefiguran desde el presente. Son los mismos que, palabras más, palabras menos, garantizaron la gobernabilidad del ajuste actual. Acompañando la candidatura de Sergio Massa, caminan a su lado los casi eternos gobernadores peronistas y anquilosada burocracia sindical. Los Daer y los Acuña, junto a los Insfrán y los Gustavo Sáenz, representan el poder territorial y sindical que trabajó codo a codo con Macri y bancó estos años del Frente de Todos.
Esa contradicción ya resulta evidente. Ilustrándola, el Colectivo Editorial de revista Crisis acaba de señalar que “para quienes consideramos que la democracia solo podrá consolidarse con transformaciones profundas de la actual estructura de poder, no conviene ilusionarse con una eventual presidencia de Sergio Massa, quien representa al sector más conservador del peronismo. La categórica victoria de Kicillof en la estratégica provincia de Buenos Aires constituye un promisorio contrapeso que le otorga dinamismo a la situación y reabre el horizonte para nuevas composiciones de una justicia social que ya no puede seguir siendo sacrificada en los altares del posibilismo y la mediocridad”.
La mirada remite, en última instancia, a aquella ya desplegada por Juan Grabois en plena campaña electoral. Apuesta a “condicionar” la futura gestión de Sergio Massa. El análisis, sin embargo, deja de lado cuestiones centrales. Por ejemplo, que el amplio triunfo de Kicillof aparece inescindible de una alianza que contiene al poder territorial de la Provincia de Buenos Aires, corporizado en los intendentes. Es decir, los muchos Insaurraldes que administran el conurbano y otras regiones. Es, también, inseparable de la permanencia de Sergio Berni. Represor de las familias pobres en Guernica, el ministro de Seguridad ofició como vocero de la mano dura y garante de las buenas relaciones con las muchas “familias” que pueblan la Policía Bonaerense.
Lo viejo y lo nuevo
La crisis de representación y la fragmentación que atraviesan las coaliciones mayoritarias son inescindibles de su responsabilidad en la dramática situación nacional. De esa crisis se nutrió la rabia que halló canal electoral en Milei. Repitiendo en círculos la historia, el libertariano se anunció como “lo nuevo” mientras recuperaba lo más oxidado de “lo viejo”: el dogma neoliberal en estado puro; el negacionismo de la dictadura genocida; el desprecio misógino hacia las mujeres y sus luchas; el negacionismo científico, que camina al borde del terraplanismo.
Lo “nuevo” no puede nacer de la misma clase social que condenó al país a la declinación permanente. No puede emerger de la política que representa los intereses del gran capital concentrado o actúa sometida a las órdenes del FMI.
Lo “nuevo” debe y tiene que nacer desde abajo. Desde los intereses de los oprimidos y explotados. Desde las potencialidades que anidan en la clase trabajadora y en su capacidad social objetiva para controlar y dirigir el conjunto de la producción económica. Esa novedad requiere una nueva conciencia política por parte de los explotados y las explotadas. Una nueva conciencia socialista, que se condense en partido político y que se construya desde ahora. En cada fábrica y lugar de trabajo; en cada barriada popular; en cada escuela o facultad. La tarea tiene carácter urgente.
fuente: La izquierda diario