Por Resumen Latinoamerican
Entrevista de Lola Sánchez
Liliana Ancalao es una de las voces más reconocidas de la poesía mapuche y de la poesía argentina contemporánea, y trabaja desde hace años en la recuperación de su lengua y su cultura. Es poeta, escritora y docente en la UNPSJB. Publicó obras de poesía y ensayo como «Tejido con lana cruda» (2001), «Mujeres a la intemperie» (2009), «Resuello» (2018), «El idioma silenciado» (2000) y «Küme Miawmi – Andás bien» (2014). En diálogo exclusivo con El Extremo Sur, Ancalao repasó su nuevo libro «Rokiñ. Provisiones para el viaje», publicado por Espacio Hudson Ediciones (espaciohudson.com), donde esboza una «trama de diversos tejidos» en la que confluyen la memoria ancestral, la represión del Estado, el rock nacional, la vida en el campo y el universo poético que ofrece el mapuzungun, la lengua mapuche que su generación ha recuperado.
Ancalao plasma el recuerdo de censuras y silenciamientos, así como la esperanza de que finalmente Argentina se reconozca Plurinacional, visibilizando en su historia los relatos de familias que, como los Ancalao, hicieron su viaje. «Yo soy de la quinta generación de mapuches, mis padres son los que cruzaron ese abismo que hay entre vivir en el campo y venirse a la ciudad», afirma.
En tu nuevo libro «Rokiñ. Provisiones para el viaje», los poemas en español incluyen muchos términos del mapuzungun, ¿Heredaste la lengua de tu familia o la aprendiste por tu cuenta?
Estoy aprendiendo el mapuzungun, hace rato que quiero dominarlo. Yo soy de la quinta generación de mapuches, mis padres son los que cruzaron ese abismo que hay entre vivir en el campo y venirse a la ciudad. Y ellos ya habían perdido el mapuzungun en la oralidad, lo podían entender, sobre todo mi mamá, pero ya no lo hablaban. Y mi generación, -los que nacimos acá en la ciudad- directamente no lo entendíamos al escucharlo, aunque tampoco teníamos tantas oportunidades de escucharlo.
¿En la ciudad se va perdiendo o se recupera en nuevas generaciones?
No es que se haya perdido, nos lo hicieron perder. Estuvo silenciado, censurado durante 130 años. Más de 100 años de censura para un idioma bastan para que una generación como la mía no tenga acceso como primera lengua a su lengua materna.
Esto implicó también una censura y un silenciamiento cultural.
Es todo un proceso de política cultural de silenciamiento, y también desde la historiografía, desde quienes escriben la historia oficial. Se impone un discurso que es el que se distribuye por las instituciones y es al que accedemos nosotros en las escuelas, en las distintas instituciones en que nos movemos. Por ejemplo, yo sabía que mis abuelos vivían en el campo, que mis padres habían venido del campo. Pero para mí ellos eran paisanos y recién cuando fui joven me di cuenta de que éramos mapuches. La palabra mapuche había sido censurada por la historiografía oficial, los mapuches no existíamos más. Desconocíamos nuestra identidad, el primer Derecho Humano que es el derecho a la identidad fue violado con respecto a los pueblos originarios, por lo menos los del sur.
Uno de los ejes de tu libro es la memoria. ¿La escritura es una forma de recuperar tu historia personal y la de tus ancestros?
Justamente este libro está mucho más ligado a la Historia y a nuestro devenir: desde 1885 hasta hoy seguimos existiendo. En este libro yo quise hablar de esa trayectoria, me interesaba poder pasar al idioma poético esta historia, o parte de ella al menos. Yo tengo 58 años y últimamente he ido sufriendo la pérdida de los mayores, de mis tíos, mis padrinos, mi mamá. Entonces reflexioné sobre esta cuestión, de que justamente esta generación de la que te hablo es la generación que se vino del campo a la ciudad y todo lo que eso debe haber significado; ese trauma, esa nostalgia. Quise que eso quedara plasmado en el libro. También algo de la historia después de la Conquista del Desierto.
Asimismo expresás tu rechazo a los avances de proyectos que atentan contra la naturaleza. ¿Considerás que como mujer mapuche tenés una visión más ligada a la conexión con la Tierra?
Creo que todos los pueblos originarios de América compartimos este conocimiento y creo que ya el mundo lo sabe. Somos parte de la naturaleza, no somos los dueños, en todo caso somos los responsables. Es una mirada que aporta para frenar estos avances del extractivismo del planeta, lo que Moira Millán llama «terricidio». Esta sabiduría ya está compartida y tenemos que hacernos cargo todos de ella, no sólo los pueblos originarios, es una cuestión planetaria. El antropocentrismo es lo que nos ha llevado a esta situación. Un montón de construcciones y circunstancias que han puesto en peligro el futuro.
En el prólogo visibilizás problemáticas sociales que no son ajenas a la poesía, ¿De qué manera utilizás tu escritura como una herramienta de denuncia social?
Tengo un gran problema y es que la poesía no se me entrega fácilmente. A veces hago el intento de escribir sobre algún tema y me surgen palabras, por supuesto, pero no las considero poesía. En este libro incluí una especie de manifiesto contando por qué escribo, se llama «Para que drene esta memoria», justamente es para largar de una vez todo lo que yo quisiera decir en poesía. Esto que yo quisiera que saliera ya en idioma poético va a demorar unos años e irá cayendo como versos en distintos poemas. Digamos que con este manifiesto aceleré un poco el proceso, porque probablemente en poemas vayan cayendo algunas de estas denuncias, como imágenes, o quizás como tema concreto.
En «Rokiñ. Provisiones para el viaje», presentás los poemas en mapuzungun y en castellano. ¿En qué idioma escribís los originales?
Yo siento como mapuche, escribo en castellano y me autotraduzco al mapuzungun. Es todo un proceso, porque mi primera lengua fue el castellano. No es mi lengua materna, yo no voy a renunciar nunca a llamar lengua materna al mapuzungun. Mi primera lengua es el castellano y la segunda que estoy aprendiendo es el mapuzungun.
El sentir como mapuche, ¿te permite una relación diferente con el lenguaje poético?
No sé cómo sería el proceso, pero en realidad yo busco el mapuche Kimün, el conocimiento mapuche. Es mi búsqueda de ese conocimiento del que tengo nostalgia. Se me va entregando de a pedazos. Lo voy armando y si aparece después en poesía, mejor. Yo creo que es el idioma más alto que tiene el discurso poético. Ya fue pasado por un tamiz de varias cosas, un tamiz de dolor, de ternura, de bronca, y cae ahí en palabras que van armando un poema.
¿Cuando empezaste a leer y estudiar te cruzaste con un canon literario que no coincidía con ese sentir mapuche? ¿Empezaste a buscar otros autores?
Literariamente, muchísimos autores son parte de mi fuente de aprendizaje. Lo que he buscado en otros autores ha sido en otro discurso, en los libros de Historia o Antropología, en especial los publicados recientemente. He encontrado datos históricos que me permiten ir armando mi propia historia personal, que sé que es la historia de muchas familias; por lo menos de Puel Mapu, de este lado del territorio. También me alimento de otros autores mapuches, sobre todo de poetas a los que leo con mucho placer. Voy encontrando ahí un mundo que nos pertenece. Mis fuentes fuera de lo literario son históricas, y también incluso he leído autores cuyo posicionamiento es opuesto a nuestra existencia actual. Los puedo leer igual y encuentro siempre algún dato que me interesa.
¿Cómo surge tu último libro? ¿Fue una decisión concreta o fuiste juntando poemas y surgió espontáneamente?
Lo fui escribiendo lentamente. Es un proceso largo, más cuando lo leés y lo corregís, no te conforma y le seguís dando vuelta. Todo lleva tiempo, además de la traducción al mapuzungun. Formo parte de una comunidad que busca revitalizar el idioma, somos muchos los que estamos en este camino. Pensé que a la gente a la que dedico el libro, que formó parte de mi infancia y nos está dejando ahora a nosotros el lugar de los mayores, tenía que expresarles mi amor, mi agradecimiento. Este libro lo escribí pensando en ellos. Yo creo que todos los libros tienen componente de memoria, en mi caso, de memoria ancestral, que es a la que más cuesta acceder y de memoria reciente, que sería la memoria de cien años para acá. Incluso memoria que ya ha pasado por una tergiversación cultural. Hay un tamiz occidental que descalifica el conocimiento mapuche. Algunas palabras hay que pensarlas un poquito más porque seguramente ya tengan esa connotación.
¿De qué manera se unen en tu poesía la cosmovisión mapuche y los hábitos y gustos occidentales que uno tiene al nacer acá? En tu poema «Spinetta en Bahía» citás frases del músico junto a frases y palabras del mapuzungun.
Yo digo siempre que entré a la poesía por la puerta de atrás, porque no es que me haya gustado a partir de leer a poetas sino a partir de haber escuchado a los autores del rock nacional, que me llegaron a través de mi hermano y en forma de vinilos. Entonces empecé a escribir poesía escuchando rock nacional y música latinoamericana de fondo. Hace pocos años estuve en Bahía Blanca y me encontré con la Caminata de Puentes Amarillos. Es un espacio a orillas del río, entonces a los puentes que lo atraviesan los pintaron de amarillo. Hay una connotación política ahí, lamentablemente, pero no la voy a desarrollar. Yo me centré en el tema de Spinetta «Cantata de puentes amarillos». Ese poema me surgió en ese lugar, porque allí además estuvieron mis antepasados Ancalao, asentados a orillas de ese río. Fue una mañana tan triste. Pensar que en ese puente era Spinetta el homenajeado le dio una nota de calidez y ternura. Todas las contradicciones, o mejor dicho las texturas superpuestas que puede haber en un poema. Eso somos: una trama de diversos tejidos. Y está el tejido del rock en mi trama, y Spinetta con su poesía.
En otro de tus poemas hablás del pewma (sueño), ¿qué significa en profundidad este término y cómo se configura en tu universo poético?
Es una palabra que tiene un sonido bellísimo y tiene que ver con el sueño, pero como estado onírico, no de durmiente. Y en el mundo mapuche los sueños traen mensajes que tienen que ser escuchados y decodificados. Justamente yo tengo algunos sueños recurrentes y uno de ellos es el del laberinto. Hay una anécdota en ese poema. Yo iba a viajar a Santiago de Chile para un encuentro de escritores mapuches; viajaba temprano al día siguiente. Fui a despedirme de mi hija, que estaba embarazada y tenía fecha para el parto en unas tres semanas. Yo tenía tiempo de ir, volver y estar para el nacimiento de mi nieto. Me despedí de ella y en ese momento sentí que el nacimiento estaba maduro. Esa noche soñé que estaba en una ciudad a oscuras, como un mapa, un lugar cuadriculado y sin señales. Y yo tenía que llegar a algún lugar apurada y sentía que no iba a llegar. Entonces decidí quedarme. Porque este sueño me avisó que me tenía que quedar. Y al día siguiente nació mi primer nieto. El pewma me avisó.
Uno de tus poemas dice: «no podemos incendiar catedrales ni prender una hoguera de biblias apiladas no nos sale». Hablás desde tu cosmovisión y la de tus ancestros, ¿hay otra forma de denuncia, de expresar lo que es injusto, muy diferente a la occidental?
Ese es un poema muy religioso, hay una confrontación entre dos culturas que se expresa ahí. Una cultura que ha sido avasallada en su religiosidad y su espiritualidad, y otra cultura que ha hecho estragos y sigue impune. No sé si se pueda separar la religión del poder. En ese poema nombro otros pueblos originarios, menciono los incendios, la Inquisición que llegó a América con los españoles. Es profundamente religioso y de denuncia, en cuestiones más cercanas a los 500 años.
A través del poema «La tarde del sábado para lavar la ropa» recuperás el tema de las huelgas obreras de 1920, y de los mapuches que participaron en ellas.
Ahí me centré sobre todo en los peones rurales, que trabajaban en las estancias. Luego de la apropiación de los territorios, después de que sobrevivieron a los campos de concentración y al reparto de esclavos en el país, y pudieron acceder tras largos peregrinajes a un espacio donde vivir, los pueblos originarios comenzaron a conseguir trabajos en las estancias; sobre todo acá en el sur. Eran los que conocían cómo trabajar de acuerdo a los ciclos de la naturaleza. Ese conocimiento les sirvió para trabajar en las estancias. Además de ver la película «La Patagonia Rebelde», leí a Osvaldo Bayer. y fuimos con mi grupo de investigación de la Universidad a Puerto Deseado. Allí nos hicieron el recorrido histórico por los lugares donde habían sucedido eventos vinculados a estas huelgas rurales, fue un recorrido tremendo.
¿Cómo afectó este recorrido a tus conocimientos sobre la historia de tu comunidad?
La persona que nos guiaba nos iba describiendo: «acá hubo una balacera, acá encerraron a los peones y se escuchaban los gritos de las torturas». Muy terrible fue ese paseo, y al mismo tiempo de mucho aprendizaje. Hay un grupo de gente sin identificar dentro de estos peones, conociendo la historia yo supuse que si no eran mapuches seguramente eran otros pueblos originarios del sur. El paso por la cordillera de Punta Arenas a los lugares donde sucedieron los hechos tuvo paso continuo de gente. También estaba presente el pueblo Tehuelche, gente originaria que probablemente estaba ya trabajando en las estancias y formó parte de esas huelgas. Y formó parte de los fusilados. Me vine pensando en todas esas cuestiones que me daban vueltas, y me puse a escribir. De pronto abrí el libro de Bayer y había una foto de los peones. Me recordaron mucho a la gente que yo he visto durante todo este tiempo, cuando anduve en Cushamen, el mismo saquito usado que les queda grande o chico, las mismas bombachas gastadas, las mismas boinas, quién sabe por cuantos usos pasaron antes de llegar a su cabeza. Esas imágenes me terminaron de conmover y me fueron llevando al poema.
¿Qué lugar ocupan las mujeres en tu obra?
En este libro les dejé menos espacio, porque «Mujeres a la intemperie» fue dedicado sólo a ellas. Acá hago un homenaje a la generación que mencionaba antes, que es la gente que vivió en el campo y vino a la ciudad. Hay un poema que se llama «Las Chicas de Cushamen», que le escribí a mi mamá, mis tías y mi abuela. Y después escribí un par de poemas que tienen más que ver con mi vida cotidiana, con mi edad, con el paso del tiempo. Son unos tres poemas femeninos que dejé en este libro, porque en Mujeres a la Intemperie traté el tema en profundidad.
¿Qué percibís hoy en la relación del Estado con los pueblos originarios?
Hay mucha ignorancia, hace falta que quienes ocupan los cargos que tienen que ver con pueblos originarios se preparen, estudien leyes, sepan la constitución, que habla de nuestra preexistencia, el Convenio 169, de la OIT, que señala que se nos debe consultar respecto a ciertas cuestiones de nuestra vida. Hay que hacer un largo camino para que Argentina se reconozca como Estado Plurinacional. Hay que recordarle a la gente que la palabra Nación representa la existencia de un pueblo. Pueblo-Nación, son sinónimos, en un Estado plurinacional nos referimos a un Estado habitado por muchos pueblos, no solo el mapuche. Sino el Wichi, el Guaraní, hay gente que se está reconociendo cada vez más como originaria. Hay un largo camino para hacer en ese sentido, también en el sentido de equilibrar las fuerzas, de que accedan al poder judicial, a los poderes que organizan y administran el Estado gente que no pertenezca a la élite de siempre, a esos terratenientes que se van pasando el poder entre ellos. Justicia y legalidad no son sinónimos, debiéramos llegar a eso. El privilegio lo sigue teniendo una clase dominante.
¿ Creés que la sociedad tiene dificultades para percibir e incorporar el universo lingüístico y cultural de los mapuches?
Es muy difícil en este momento unir comunidades. Me parece que se está dando una especie de profundización hacia el interior de las comunidades que se van haciendo visibles. Es un proceso interno, por el que cada identidad va pasando y abriéndose de a poco. Hay comunidades que van a seguir siempre cerradas, pero hay otras que en la medida que vayan empoderándose, van a lograr que estemos cada vez más unidos. No se puede amar lo que no se conoce. Hay que estar abiertos al conocimiento y ser sensibles, crear lazos de empatía con los otros. Nos enseñaron a rechazar al otro diferente y tenemos que desaprender ese camino. Ese sería el camino de la evolución humanitaria.
FUENTE: El Extremo Sur de la Patagonia