Por Jorge Falcone, Resumen Latinoamericano, 12 de septiembre de 2020.
El huevo de la serpiente
El animal humano, nómade hasta que vio la necesidad de volverse sedentario y arraigarse, no nació para vivir en cautiverio. Hoy el generalizado hartazgo de la cuarentena tiene a todos los gobiernos ensayando abandonar el distanciamiento social y los barbijos… para – en muchos casos – luego retroceder a Fase 1. Por lo demás, no son pocxs lxs especialistas que vaticinan que, aunque la mentada vacuna resulte eficaz, dada la naturaleza mutante del coronavirus y la eventual emergencia de nuevas pestes aún más virulentas, no sería descartable que nuestra vida social cambiara irreversiblemente.
En tanto, la transición hegemónica global prosigue su curso exhibiendo el arrollador avance del Gigante Asiático sobre Occidente, mientras se precipita la caída del dólar, y algunxs analistas entrevén hasta la posibilidad de que la crisis sociopolítica en EEUU – uno de los países más endeudados del planeta – en el corto o mediano plazo culmine en una guerra civil.
Una de las posibles derivas de la post pandemia – siempre y cuando los pueblos no reúnan la fuerza suficiente para imponer su agenda sobre un capitalismo que hace agua por donde se lo mire – es el denominado eco fascismo.
Este fenómeno, profundamente analizado por el catedrático español Carlos Taibo en su libro “Colapso” (2017), ya aparece con frecuencia creciente en boca y pluma de la militancia socioambiental.
En uno de sus libros, el periodista alemán Carl Amery ha subrayado que estaríamos muy equivocados si concluyésemos que las políticas que abrazaron los nazis ochenta años atrás remiten a un momento histórico singularísimo, coyuntural y, por ello, afortunadamente irrepetible. Amery nos exhorta, en cambio, a estudiar esas políticas por cuanto bien podrían reaparecer entre nosotros, no defendidas ahora por ultramarginales grupos neonazis, sino postuladas por algunos de los principales centros de poder político y económico, cada vez más conscientes de la escasez general que se avecina y cada vez más decididos a preservar esos recursos escasos en unas pocas manos en virtud de un proyecto de darwinismo social militarizado, que de eso se trata el eco fascismo.
Salta a la vista que en el meollo de esa propuesta, conteste de los efectos del cambio climático y del agotamiento de las materias primas energéticas, hay una discusión demográfica. Está latente la idea de que en el planeta sobra gente, de modo que se trataría, en la versión más suave, de marginar a quienes sobran – esto ya sucede -, y en la más dura, directamente de exterminarlos. Sin ir más lejos, aunque Trump es formalmente un negacionista, bien sabe qué es lo que se nos viene encima. ¿Qué sentido tendría, si no, el fallido intento de comprarle Groenlandia, muy rica en materias primas, a Dinamarca? Más allá de Trump, vale la pena tomar nota de que una parte significativa del poder económico global empieza a coquetear con horizontes de esta naturaleza. Y que la cuarentena represiva a la que asistimos bien puede volcarse, al cabo, en provecho de un futuro eco fascismo.
¿Tienen resto las democracias para garantizar el bienestar colectivo?
Cuando parecían atemperarse los más crudos fríos invernales, comenzó a recorrer la Argentina una imprevista helada de cuño no climático. Primero fueron los aparentemente intempestivos y agoreros vaticinios del ex Senador Duhalde, referidos a que el proceso en curso no culminaría en los comicios de 2023 sino en una inminente interrupción del orden constitucional. Aquietadas las aguas que embravecieron semejantes declaraciones, sorprendió un twitter del Ejército reivindicando a un par de militares que protagonizaran el denominado “Operativo Independencia” – ordenado por el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón -, que arrancara el 5 de febrero de 1975 con el objetivo de aniquilar el foco guerrillero rural desarrollado por el ERP en la Provincia de Tucumán, campaña que, además de causar numerosas bajas entre lxs combatientes, asoló a gran parte de los pobladores de dicha provincia, algunos de los cuales fueron torturados y asesinados en el Centro de Detención Clandestino de Famaillá bautizado como “La Escuelita”. A principios de este mes, un comunicador como Santiago Cúneo, habitualmente identificado con el peronismo ortodoxo, derivó hacia la reivindicación del Coronel Mohamed Alí Seineldín, calificando al militante social Juan Grabois como terrorista, y anunciando que su espacio jamás iniciaría la violencia en este país, pero estaría dispuesto a terminarla. El desfile de apocalípticxs continuó con las concentraciones de lxs anticuarentena amadrinadxs por Patricia Bullrich, y las invectivas en redes sociales del neofascismo subdesarrollado al estilo Biondini. Expresiones todas de una derecha larvada, nacionalista o liberal, que viviría sus 15’ de gloria durante la reciente rebelión de algo más de un millar de efectivos mayormente subalternos de la policía bonaerense, que – so pretexto de reclamar un ajuste salarial – llegaron a congregarse a las puertas de la residencia presidencial de Olivos, exigiendo que compareciera a su encuentro el Primer Mandatario y manifestando que no aceptarían camaradas sumariados por dicha protesta.
El hecho generó una pronta y generalizada repulsa del arco político democrático, que creyó advertir en él la posible culminación de un proceso destituyente comparable con otros de la región, que escalaron a partir de incidentes y protagonistas similares.
Es probable que el microclima instalado a partir de la seguidilla de hechos descriptos – analizado por el politólogo Diego Sztulwark en el portal Lobo Suelto como “micropolíticas de derecha” – encuentre caldo de cultivo en una sucesión de claudicaciones del oficialismo que, entre otras, van desde la concesiva negociación con los bonistas internacionales, pasando por la renuncia a expropiar el monopolio alimentario Vicentin, hasta esta nueva capitulación que mejora los salarios de “la gorra” en detrimento de los que recibe el personal sanitario que viene arriesgando su pellejo a diario ante el COVID – 19 o lxs educadorxs que se afanan en clases virtuales por no librar a su suerte a lxs educandxs, circunstancia que encuentra al Presidente otorgando jerarquía nacional a una protesta que involucró a menos del 2% de los efectivos de la fuerza, y generando un ejemplo riesgoso frente a otras demandas al modificar – puede que justamente, pero seguro que tardíamente – la coparticipación para resolver el tema. Un mimo, en última instancia, para que la cana no deje de garrotearnos, como acaba de suceder en un nuevo y violento desalojo perpetrado – tras ese arreglo económico – contra ocupantes de tierras en la localidad bonaerense de San Fernando.
Si bien bajo la revuelta de los “ratis” – apoyada presencialmente por el economista liberal Espert – subyace la disputa por el control del territorio (recaudación, narcotráfico y prostitución) entre la bonaerense y los intendentes, en un contexto de toma de tierras y promesa de gravamen a las grandes fortunas, cabe a la sociedad estar atenta acerca de qué margen de concesiones está dispuesto a hacer el poder económico más concentrado a unas formalidades democráticas que nunca le han preocupado demasiado.
Este punto amerita refrescar la estrategia destituyente que, a la luz del Siglo XXI, ha sido bautizada como Revolución de Colores, a fin de considerar cuán cerca o lejos podríamos estar lxs argentinxs de protagonizar una situación parecida a las ya sufridas por Honduras o más recientemente Bolivia.
Las llamadas revoluciones de color o golpes suaves entran dentro de las estrategias de intervención silenciosa que Estados Unidos utiliza para derrocar a gobiernos que no comparten su visión sobre la organización económica, política y militar de las naciones.
A mediados del siglo XX, bajo la bandera de la democracia, distintos movimientos sociales euroasiáticos de base estudiantil protestaron por la instauración de un modelo liberal, reclamaron el fin de gobiernos autoritarios y proclamaron la independencia nacional.
El nombre derivó de la masiva utilización simbólica de colores o nombres de flores, empleados como identificación por parte de la oposición que inscribió dichas intervenciones en la política de la «no violencia».
El ideólogo de la acción no violenta como método para utilizar el poder en un conflicto fue el politólogo estadounidense Gene Sharp, autor del ensayo “De la dictadura a la democracia”, que consta de 198 métodos para derrocar gobiernos, y se divide en tres grandes bloques: protesta, no cooperación, e intervención, maniobras que suelen aplicarse al cabo de los procesos electorales.
Por su parte, organizaciones no gubernamentales financiadas por el Open Society Institute del magnate húngaro George Soros, conectado con la diplomacia estadounidense, son las principales impulsoras del «restablecimiento de la democracia» en los países donde funcionan.
Los indicadores enumerados anteriormente por el momento parecerían estar hablando más de la sensación térmica que de la temperatura de la política local, pero como nunca hay humo sin fuego, corresponde a nuestro pueblo mantenerse “atento y vigilante”, como solía recomendar Evita.
Si de capitalizar lecciones de la historia se tratara, conviene recordar que en nuestro país el mes de septiembre evoca la lucha estudiantil, pero en Nuestra América adquiere un sentido aún más trascendente, ya que pone de relieve el didáctico sacrificio de un hombre justo llamado Salvador Allende, que llevó hasta las últimas consecuencias las posibilidades transformadoras de la democracia formal. En horas difíciles vale la pena repensar aquel legado firmado con sangre generosa como insumo para las generaciones venideras. Al fin y al cabo la victoria es la cima de un monte alzado sobre mil derrotas.-
Fuente: Resumen Latinoamericano