La globalización del capital, iniciada a mediados de los setenta, dio por tierra con la Argentina en vías de desarrollo industrial para sumergirla en un proceso profundo de subdesarrollo. La dictadura militar, la década perdida del ochenta, el menemismo, el gobierno de la Alianza y la fatídica etapa de Cambiemos son ejemplos de la agenda de dependencia económica y pobreza extrema impuesta por la globalización financiera en nuestro país. |
Argentina tiene uno de los sistemas tributarios más desiguales y regresivos del mundo. Mientras los trabajadores y trabajadoras dejamos gran parte de nuestro salario en impuestos, hay sectores que acumulan grandes fortunas sin tributar proporcionalmente: 114 mil personas poseen patrimonios superiores al millón de dólares. Este nivel de acumulación permite la fuga de capitales, el endeudamiento externo y el empobrecimiento del pueblo. Necesitamos un impuesto para gravar al porcentaje más rico y redistribuir la riqueza para que no haya ningún hogar pobre en Argentina. Ningún país se desarrolló utilizando la moneda de otro. Romper con la dependencia monetaria y financiera de los mercados especulativos de crédito requiere comenzar por recuperar capacidad de emisión propia de dinero estatal (perdida en épocas de globalización), definir nacionalmente el destino del crédito interno. El objeto de la emisión estatal no puede estar en manos, en última instancia, del poder discrecional de bancos privados y extranjeros regulados desde el exterior, declarar al sistema bancario como servicio público. Un servicio financiero público debería tener hoy como prioridad reconstruir el capital de trabajo en los sectores más débiles de la producción, expropiado por la usura. |